Con mucha frecuencia escuchamos a los entrenadores de todos los deportes de equipo hablar de intensidad. La piden a sus jugadores, la incluyen cuando enumeran las virtudes de un equipo, mencionan su ausencia como argumentación cuando un resultado no ha sido bueno... Pero, ¿qué es exactamente la intensidad? Y más allá de eso, ¿cómo podemos trabajarla o conseguirla en un equipo?
El diccionario nos da dos definiciones de intensidad, que cito a continuación:
- Grado de fuerza con que se manifiesta un fenómeno
- Vehemencia de los estados de ánimo
Son, por supuesto, definiciones generales, no aplicadas al deporte. Me gusta sobre todo la segunda, porque utiliza la palabra vehemencia, que creo que refleja con bastante fidelidad lo que la intensidad puede significar en el deporte, y porque aludo al estado de ánimo, algo que considero clave para conseguir tener la preciada intensidad de la que hablamos.
A mis jugadoras me gusta decirles que la intensidad es algo que afecta a todas las acciones del juego. A veces, casi de manera inconsciente, asociamos la intensidad a las acciones defensivas, pero yo considero que cualquier acción del juego (un pase, una conducción, un tiro a puerta, y por supuesto, una presión al balón, un balón dividido, etc) tiene considerablemente mayores probabilidades de éxito si es ejecutada con una intensidad adecuada.
La intensidad es una característica que amplifica todas las restantes virtudes que un jugador o un equipo pueden tener. Todo, la técnica, la táctica, las cualidades físicas… luce más si tenemos una intensidad alta. Y una intensidad alta puede también camuflar muchas carencias. Es, en definitiva, una cualidad necesaria, y a veces suficiente, para un rendimiento deportivo acorde a lo que se espera de un equipo.
¿Cómo podemos conseguir la intensidad? Probablemente no vamos a tener éxito si intentamos pedir intensidad en momentos puntuales o de manera aislada. Considero que la intensidad es un hábito, una forma de pensar, actuar y hacer las cosas en un entrenamiento o partido, o mejor dicho, en todos los entrenamientos y partidos. Es casi una cultura de equipo, que se alimenta y se fortalece en el día a día. Todos los días son importantes, y cualquier día en que no tengamos esa intensidad puede ser contraproducente para el futuro (excepción hecha, claro está, de por ejemplo entrenamientos en el que los objetivos sean distintos por tratarse de días especiales). Los entrenadores, tenemos a nuestro alcance ciertas herramientas:
- Nuestra propia actitud y manera de hacer las cosas, con la que conseguimos trasmitir más de lo que en muchas ocasiones tenemos presente
- El nivel de exigencia de las tareas que proponemos (ritmo, descansos, etc)
- Y por supuesto, nuestra voz y nuestra dialéctica, con las que podemos motivar, incentivar, exigir, y también, por qué no (muchas veces funciona) picar a los jugadores para que saquen su máximo en cada tarea, en cada movimiento, en cada acción.
Querría señalar, por último, que debemos tener en cuenta que una intensidad excesiva puede por supuesto llegar a ser perjudicial para un equipo, en la medida en que ese exceso podría llevar a circunstancias tales como la precipitación, la excesiva prisa por conseguir un objetivo de juego (por ejemplo, llegar a la portería rival), la ejecución incorrecta de determinados gestos técnicos, el cometer un número excesivo de faltas, etc
Es solo una reflexión sobre un tema tremendamente subjetivo, además de muy difícil de medir.
Sergio Gonzalo
Página web de Sergio Gonzalo WWW.sergiogonzalo.com
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